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"La era está pariendo un corazón". Reflexiones para ejercitar la memoria en un contexto inesperado


Por Micaela Venezia y Rocío González


En un momento excepcional e inesperado, como señalan las autoras, se observa su profunda convicción por apostar a la imaginación política. Apuesta que descansa en la búsqueda de "crear algo nuevo", apelando a una "arquelogía de la memoria" como herramienta fundamental.


Imagen: La Lente Militante (IG @lalentemilitante)


24 de marzo del 2020. La calle vacía. Una sábana blanca cortada en triángulos en una terraza, cartulinas con el número 30.000 en las puertas, una servilleta de tela, también blanca, en una ventana. Son pañuelos. Las redes sociales explotan con publicaciones de argentinxs que confeccionaron sus piezas para la ocasión. Son los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo, grabados en la “conciencia colectiva” de todo un país al calor de décadas de lucha.

Desde los balcones, había miradas que buscaban el balcón vecino, tal vez el de enfrente, para sentirse en compañía. Este año no podemos sentir el calor del abrazo compartido. En el acto de reconocer con la vista la presencia del otrx en las marcas y los símbolos que cuelgan de las fachadas de las casas se cristaliza el intento de sentirnos parte de un colectivo ¡Vaya repertorio cultural el nuestro! Nos basta ver un triángulo blanco para saber que no se trata de un banderín, sino de un pañuelo, una marca que guarda un vínculo ineludible con el espacio público, ese que hoy no podemos ocupar.

La historia cuenta que la primera vez que las Madres de Plaza de Mayo utilizaron su emblemático pañuelo blanco, lo hicieron para reconocerse entre una multitud que participaba de la tradicional procesión católica a la Basílica de Luján. Habían decidido aprovechar la ocasión para visibilizar la detención de sus hijos detenidxs y desaparecidxs. Pañal de tela en la cabeza; los pañales que habían pertenecido a sus hijxs, quienes ahora faltaban en sus hogares.

Las marcas en el espacio público y su ocupación fueron, son y serán protagonistas de esta “arqueología de la memoria”. La calle, como nombre propio, es para nuestra generación el hábitat natural de “la política”, del encuentro popular, el espacio igualador, el lugar en el que entran todxs, el espacio de las reivindicaciones, del dolor y también de las celebraciones. Pero el espacio público como el lugar de la política fue ante todo una conquista política de madres, abuelas, hijxs y compañerxs de lxs 30.000 detenidxs y desaparecidxs durante la última dictadura cívico militar. La vuelta a la democracia inauguró un proceso de reapropiación de aquel espacio que nos fue vedado, acompañado de la consigna de mantener una memoria activa a través de la convocatoria masiva de la ciudadanía en sus calles.

Las madres de plaza de mayo, luego las abuelas e hijxs, dieron comienzo hace casi 43 años a un proceso sin precedentes en la historia de nuestro país y toda Latinoamérica, convirtiendo la tragedia privada en un reclamo público, llevando la esfera de lo privado hasta los límites de nuestra imaginación nacional, haciéndola estallar. Encontrarse iguales en la tragedia de una cama vacía, de un plato menos en la mesa, de un dolor transitado, en principio, como una tragedia doméstica, individual, tensionó la cuerda del binomio público/privado. Hoy nuestros espacios domésticos, en un giro paradójico de la historia, son la prueba de la ilusión de aquella separación. La memoria se ejerce en un gesto. Colgar nuestros pañuelos, compartir aquella actividad con quienes convivimos en el mismo hogar o incluso emprender la tarea en soledad, constituyen nuestra forma de hacernos presentes en la plaza, en la calle y en la historia. A pesar de ese gesto que nos reconforta, que actualiza nuestro repertorio cultural -las marcas en el espacio público-, sabemos que la memoria en tanto ejercicio colectivo, como decíamos, floreció en las calles, en las universidades, en las escuelas, en las fábricas. La imposibilidad de ocupar el hábitat de la política argentina un día como hoy nos invita necesariamente no sólo a buscar formas “creativas” para encontrarnos sino también a reflexionar: si cada 24 de marzo le canta retruco a la prohibición de reunirse en la calle de aquellos años nefastos de nuestra historia, ¿qué nos trae de nuevo este 24 de marzo en soledad?

Pasaron cuatro años en los que las políticas de derechos humanos dejaron de ser prioridad, cuatro años en los que volvimos a escuchar desde el Estado actores que vociferaban la teoría de los dos demonios. Sin embargo, salimos a la calle -otra vez, como nombre propio- para decirle no a la reducción de penas a genocidas culpables de crímenes de lesa humanidad, y a exigir justicia por Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.

El cambio de signo político en el gobierno nacional nos marca que este 24 de marzo no es igual a los últimos cuatro y eso no se debe únicamente a que lo transitamos en un contexto de aislamiento social.

Nos encontramos en un escenario mundial en el que las reivindicaciones de lxs 30.000 se hacen carne de manera urgente; vivimos en sociedades profundamente desiguales. La juventud, protagonista de la historia, actualiza las consignas incorporando nuevas demandas. Sin dejar de notar la mirada en busca del balcón vecino cabe preguntarnos ¿necesitamos esta fecha en particular para esperarnos iguales “al vecinx”? ¿Que políticas del cuidado tenemos para quienes tenemos al lado? ¿Es la delación y el control lo que buscamos reforzar en este contexto de cuarentena y de memoria? ¿Cómo construímos una salida colectiva desde el aislamiento?

Lo incierto e inusual de esta situación nos encuentra con la imaginación política de nuestro lado, con una potencial capacidad social y colectiva de crear algo nuevo. El cese de nuestras actividades cotidianas a causa de la pandemia que nos toca vivir deja al desnudo la precariedad de nuestro mundo compartido, del hogar común. Nos muestra con total crudeza una realidad que necesita ser transformada para acercarse, un poco más, a las aspiraciones de nuestros compañerxs de la generación de los 70.

Hoy las formas de militancia cambiaron; con nuestra memoria activa, y tradiciones militantes presentes, incorporamos formas, discusiones y rabias propias del tiempo que nos toca vivir. Y si como dice una canción: “la rabia, todo tiene su momento”, sin dudas, este es el nuestro.


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