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LA MITAD MENOS UNO

Por Martín Recanatti


Imagen: Esteban Collazo (@esteban_collazo)

La inmediatez y la superficialidad actuales empujan a tirar “la posta” antes que los/as demás. Bajo esa lógica, los datos y la historia importan poco y nada, más bien se acomodan a gusto y piacere del comensal de ocasión. De este caldo de cultivo emergen las teorías conspirativas variadas a las que apelamos cuando no encontramos el rumbo o cuando nos da fiaca buscarlo. Martín Recanatti retoma algunos de los hits del análisis político para ver si, a partir de ellos, se puede sacar algo en limpio.

Los datos del escrutinio definitivo que arrojaron las elecciones del domingo 27 de octubre nos cayeron pesados. Como uno de esos platos difíciles de digerir. Seguramente por esto mismo, las primeras reflexiones aparecen casi como espasmos de los debates previos. Se discute sobre la veracidad de ese 48 a 40, parecería que propios y extraños esperaban una diferencia mayor.


La elección se produjo, además, en el marco de vertiginosas transformaciones en la región que no parecen ajustarse a los procesos (u “oleadas”) homogéneos que habían marcado la historia reciente de América Latina. Las revueltas en Chile y Ecuador, coinciden con la liberación de Lula en Brasil, pero también con el reciente golpe de estado en Bolivia. En principio, lo transversal a la región no pareciera encontrarse en procesos compartidos sino en la existencia de fuertes y crecientes polarizaciones políticas que encuentran especificidad en cada uno de los contextos locales y exigen análisis diferenciados.


Corren tiempos en los que la inmediatez y la superficialidad empujan a tirar “la posta” antes que los/as demás. El panelismo televisivo y el universo twitter son las expresiones más acabadas de un escenario en el que la agenda manda y la coyuntura se impone opacando aquellos análisis que se animen a ir un poco más a fondo.


Bajo esa lógica, los datos y la historia importan poco y nada, más bien se acomodan a gusto y piacere del comensal de ocasión. De este caldo de cultivo emergen las teorías conspirativas variadas a las que propios y extraños apelamos cuando no encontramos el rumbo o cuando nos da fiaca buscarlo. Propongo retomar algunos de los hits del análisis político vernáculo de un tiempo a esta parte para ver si, a partir de ellos, podemos sacar algo en limpio.


“Heladera mata cemento”

Así se tituló un informe presentado en el programa de Jorge Lanata con posterioridad al resultado de las PASO que generó gran revuelo entre varios/as de los/as referentes mediáticos del oficialismo. Días antes, en plena campaña electoral, circuló fuertemente una imagen del presidente Macri tocando el asfalto en la inauguración de una obra mientras señalaba: “Esto no es relato, no es saraza, es real”.


El informe de Lanata retoma una idea extendida que cuenta con numerosas adhesiones entre sectores opositores: el factor económico es determinante a la hora de definir el voto.


El resultado de las PASO no hizo más que reforzar esta idea. Claro, la cuenta es simple, si en la segunda vuelta de 2015 la fórmula Scioli-Zannini obtuvo el 48,66% de los votos, luego de estos cuatro años de fracaso económico y crisis galopante, el resultado no podía no ser mejor que aquel. Y, en este sentido, todo parecía indicar que la importante diferencia registrada en las PASO debía acrecentarse en las elecciones del pasado 27 de octubre.


¿Por qué no pasó esto? ¿Por qué, si aceptamos esta tesis como válida, Macri obtuvo en 2019 entre 8 y 10 puntos más que en la primera vuelta de 2015?


El pensamiento “peronismocéntrico” a veces nos (me incluyo, por supuesto) nubla la vista y nos empuja a analizar la serie histórica del voto peronista, casi dejando de lado la pregunta por la evolución de las alternativas anti-peronistas.


Luego de las PASO, el oficialismo comenzó a tener en cuenta el factor económico y su vinculación con el resultado electoral pero en forma parcial. Fue el propio presidente quien, diciéndoles a la población “los escuché”, anunciaba una serie de medidas que tenían como principal objetivo “aliviar” el bolsillo de los argentinos y recuperar alguno de los “votos perdidos”. Al mismo tiempo, fue clara la intención del oficialismo de profundizar el antagonismo con el kirchnerismo estableciendo una clara diferenciación entre “nosotros” y “ellos”. En general las lecturas sobre estas decisiones afirmaban que no tendrían mayor impacto porque, por un lado, la gente no es tonta y, en cuanto al segundo punto, sostenían que se trataba de un mensaje destinado a consolidar “su núcleo duro”.


“Con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede”

En febrero de 2018 el propio Alberto Fernández en una entrevista brindada a Página 12 sostenía que el armado de un frente opositor que incluyera distintos sectores peronistas debía estar conformado en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner. Aquella frase reforzaba una idea instalada luego de la derrota de CFK en las legislativas de 2017. “Con Cristina perdemos”. En un hipotético escenario de ballotage, si la candidata era CFK, no había ninguna chance de ganar la elección. Parecía estar claro, para la mayoría sigue estándolo, que la figura de la ex presidenta generaba más rechazos que adhesiones.


La propia CFK que, meses más tarde, protagonizaría lo que para muchos/as es uno de los hitos fundacionales de la actual victoria. Momento inmortalizado bajo el rótulo “renunciamiento histórico” (expresión del derrotismo galopante que se vivía entonces).


La idea de alcanzar una victoria electoral empezó a concebirse como una posibilidad concreta a partir de aquel momento. Aquella decisión de Cristina auguraba la conformación de un espacio amplio articulando una alternativa política capaz de generar expectativas de mejoras a corto plazo en el plano económico.


Se comenzaba a gestar un Frente (lavado hasta donde se pudo de kircherismo) que se centró inicialmente en CFK. Ella, lejos de mantenerse al margen, mantuvo un protagonismo relativamente importante a lo largo de toda la campaña electoral, sobre todo en el último tramo.


Por otro lado, Axel Kicillof, ex ministro de economía de Cristina y emblema del cepo cambiario K, obtuvo un resultado arrasador en la provincia frente a la, para unos/as, niña mimada de la “nueva política” y, para el resto, el cuco que si se presentaba como candidata a presidenta ganaba de punta a punta.


Los análisis basados en los personalismos y en las coyunturas dicen que CFK cuenta con la adhesión del 30 % del electorado, por lo tanto tiene que estar. El espacio liderado por Sergio Massa aportaba el resto. Ergo, no se puede ir divididos. Con toda esta ingeniería política adentro, se sumó lo mismo que Scioli sin CFK y sin Massa en la segunda vuelta de 2015 y no se llegó a los más de 14 millones de votos que el Frente para la Victoria (FPV) y Alianza Unidos por una Nueva Alternativa (UNA) sumaban en la primera vuelta de ese mismo año.


Los tres tercios

Alejandro Grimnson dijo recientemente que no existe un peronismo, sino muchos. Y que para analizar a cada uno de ellos es necesario articular una perspectiva histórica que retome las tradiciones acumuladas con una mirada centrada en la coyuntura. Conviene entonces preguntarse: ¿Cómo se posiciona el Frente de Todos respecto a las tensiones internas y tradiciones recientes de los diferentes espacios que lo conforman? ¿Con qué tipo de anti-peronismo le toca coexistir?


Martín Rodríguez y Pablo Touzón señalan que las PASO operaron a modo de virtual primera vuelta ubicando a cada quien en el lugar que le quedó más cómodo: Alberto Fernández en el poder y a Mauricio Macri en la oposición. Esto efectivamente se dio así. Una muestra de ello radica en el hecho de que el todavía presidente de todos/as los/as argentinos/as, luego de las PASO, comenzó a dirigir sus mensajes sin demasiadas ambigüedades a un sector específico de la sociedad apoyado en discursos fuertemente anti-kirchnerista. Del otro lado, Alberto Fernández optó por asumir la responsabilidad institucional que se le reclamaba desde diversos sectores, garantizando el salvavidas de gobernabilidad para un gobierno que se encontraba en franca caída libre.


Uno de los puntos claves para entender el resultado del domingo 27 de octubre consiste en asumir (aunque sea duro hacerlo) que el oficialismo, burlándose de la doctrina peronista, para doblar a la derecha puso el giro a la derecha. Y eso le redituó ampliamente. Resultado: desde un tiempo a esta parte, en ese supuesto centro parece no haber nada más que votantes de derecha más o menos culposos que frente a un escenario altamente polarizado suele despojarse de toda culpa y optar por la opción de la anti-política. Siempre, claro, “en defensa de la República” y “en contra del autoritarismo y la corrupción.”


¿Es con TODOS o PARA todos?

Es sabido que desde hace décadas en la Argentina se ha ido consolidando cada vez con más fuerza el discurso de la anti-política. Allí, “lo político” es sinónimo de corrupción y de violencia. Esta concepción encuentra su canal de representación institucional con la conformación de la Alianza Juntos por el Cambio (antes Cambiemos y, originalmente el PRO). Lo cierto es que desde antes de 2015 hasta el día de hoy, a pesar de la derrota del domingo 27 de octubre, esa posición parece marcar el ritmo de la política en argentina aún en la derrota.


Del otro lado, los dirigentes que representan al sector que reivindica la militancia política como herramienta de transformación, se ven obligados a sobreactuar los gestos de moderación y corrección, el respeto por las instituciones democráticas y a responder sistemáticamente a diversas acusaciones de corrupción aunque éstas no presenten ningún fundamento demostrable.


Lo interesante es empezar a reconocer que esta sobreactuación diluye el antagonismo y, con ello, establece fronteras bastante más porosas y susceptibles de rupturas hacia adentro. El Todos al que hace referencia el Frente, no debiera confundirse, pero lo hace, con la noción de totalidad en un sentido más amplio. Todos debiera ser sinónimo de unidad de un sector y no la negación de este. Sobre todo, porque en un escenario de ballotage, dicha negación supone un juego de suma cero.


Por otro lado, el “es con todos” supone la idea de un pacto o contrato social lo cual, sumado al reciente pedido de Alberto Fernández de “evitar estar en las calles”, establece un posicionamiento que, en principio, choca de frente con la retórica peronista basada en la lucha popular como eje principal de la ampliación de derechos.


En este sentido, la segunda vuelta electoral de 2015 sirve de antecedente inmediato para comprender la última elección. En escenarios de fragmentación política y/o de crisis económica el voto tiende a dispersarse en terceras opciones, pero cuando las papas queman, cuando se juega por los puntos, el peronismo unido o la suma de los peronismos con suerte llega a la mitad menos uno, pero pareciera no poder pasar de allí. Tiendo a pensar que no hay tres tercios que en ocasiones se polarizan, sino que pareciera existir una constante y muy fuerte tensión entre dos mitades que en determinadas circunstancias (las derrotas electorales, las disputas internas, para mencionar algunas) derivan en que una de ellas se fracture habilitando una dispersión del voto. La aparición de una alianza neoliberal necesariamente tiene que reforzar su posición para apelar a su mitad reforzando el antagonismo para, sobre todo en un escenario de eventual derrota, cerrar filas y evitar la fractura.


Con todo esto, y durante sus cuatro años de gestión, el macrismo ha logrado sobrellevar sin demasiados problemas innumerables denuncias de corrupción ha alentado asesinatos por la espalda en manos de agentes de las fuerzas de seguridad y negado los 30.000 desaparecidos, entre muchas otras barbaridades que sonarían inaceptables a la boca (o en el “dedito”) de “ellos”.


Recientemente, en el marco de una nota televisiva, el filósofo Darío Sztajnszrajber reflexionaba sobre la noción de posverdad. La definía como una operación que construye sentidos recortando de la realidad sólo aquello que cuaja con lo que previamente uno cree. Aplicando está noción a nuestro argumento, la posverdad deriva en verdad cuando dicha operación se extiende y es adoptada por propios y extraños. Desde este punto de vista, es imprescindible reconocer que se ha instalado la idea de que “la política” (sobre todo si la misma encarna en el peronismo y sus derivados) es sucia y corrupta hasta que se demuestre lo contrario. Y, sobre todo, que esto sido asumido incluso por muchos/as de los dirigentes opositores y una parte importante de la militancia.


Es indispensable romper con esa lógica, asumir posiciones genuinas, reivindicarlas, pero por sobre todo nunca negarlas. Sólo desde allí será posible construir sentidos alternativos.

Es muy difícil hegemonizar sin asumirse contra-hegemónico. Es imposible asumirse contra-hegemónico negando la propia subalternidad política, simbólica y, sobre todo, social. Los años kirchneristas contribuyeron a reeditar escenarios de fuerte polarización política pero, en lugar de abonar una construcción simbólica alternativa, se ocuparon de confrontar desde el poder político con los “médios hegemónicos”, respondiendo a la agenda que éstos le marcaron en forma sistemática. El diario (valga la ironía) del lunes dice que esa estrategia fue funcional a los discursos anti-política. Es tarde, cierto. Pero ya leímos ese diario, no podemos hacernos los/as distraídos/as.


Es por abajo.


“Gobernar es fácil, lo difícil es conducir”

Si bien fue interesante verlo a Alberto Fernández poniéndose la gorrita de Braian Gallo, el joven que fue discriminado en redes sociales luego de las últimas elecciones, habrá que ver si ese gesto se traduce en tomas de decisiones y en políticas concretas coherentes en relación a las tensiones sociales que subyacen a dicha estigmatización. Sin embargo, es necesario destacarlo, por lo pronto esboza el intento de edificar un nuevo modo de entender la realidad que cuestiona lo establecido.


Lo cierto es que, pese a la bandera que levantaban los sectores oficialistas desde 2015, finalmente se volvió. Pero se volvió siendo la primera minoría. Esta vez, la mitad menos uno le alcanzó al Frente de Todos para ganar elección, seguramente alcanzará también para gobernar. Sin embargo, el éxito o el fracaso de esta nueva etapa peronista dependerá, considero, del modo en el que el gobierno de Alberto Fernández logre articular estas dos posiciones que, en principio, se presentan como contradictorias.


¿Será Con Todos o Para Todos?

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