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LOS DOS ALBERTOS

Por Julián Quintana


Imagen: Esteban Collazo (@esteban_collazo)


Festejos mediante y al son de “Alberto presidente”, Julián cayó en la cuenta de que habíamos naturalizado la construcción de un ídolo en tan solo 5 meses. Alguien que pasó de ser ajeno en nuestras vidas, irrelevante y ausente, a que sepamos sus gustos musicales y amemos a su perro Dylan. Buscando el ejercicio de desnaturalización, luego se pregunta “¿qué hubiese pasado si ese domingo me despertaba después de estar 6 meses en coma y prendía la TV?”


Estaba parado en Corrientes y Dorrego, con la imposibilidad de moverme en ese mar de gente para buscar a les compañeres que no llegaban al punto de encuentro. Esperábamos que los datos oficiales se proyectarán en la pantalla gigante que estaba enfrente nuestro, sobre Corrientes, mirando a Juan B Justo, en donde hasta el momento solo mostraban la fiesta más grande que vivió el barrio de Chacarita en su historia. Los celulares sin señal dejaban no sólo para otro momento las historias de Instagram, sino también la posibilidad de tener información actualizada, fresca y despojada de ese clima triunfalista que nos atravesaba el cuerpo, haciéndonos uno solo, colectivo, con el hambre de festejo a flor de piel, la sonrisa intacta y la lata de birra en la mano.


En ese momento, aquella esquina empezó a cantar: “presideeeeente, Alberto presideeeente, Alberto presideeeente, Alberto presideeeeeeente”. Cantábamos con la garganta llena de pueblo, saltando en un pogo infinito pero intermitente. En un momento, el canto se fue confundiendo con la cumbia que sonaba en los parlantes. Nuestros cuerpos quietos, nuevamente conversando, las bocas mostraban los dientes dejando tirante las mejillas. La cumbia dejaba de sonar, dando paso a un tema de Almendra mientras una compañera dijo: “esta es la música que le gusta a Alberto, siempre está tocando Rock nacional con la guitarra”.


Mientras las imágenes aéreas colmaban la pantalla, entendí que habíamos naturalizado la construcción de un ídolo en solo 5 meses. Alguien que pasó de ser ajeno en nuestras vidas, irrelevante y ausente, a que sepamos sus gustos musicales y amar a su perro Dylan. Este ex anónimo, portaba en su cuerpo la responsabilidad de convertir la tristeza en una fiesta popular.


Ahora bien, hoy después de unos días se me ocurrió preguntarme ¿Qué hubiese pasada si ese domingo me despertaba después de estar 6 meses en coma y prendia la TV? Quizás, ficcionando el hecho político más importante del año podría quitarle el velo automatizado a la mecánica lubricada de este proceso, logrando así pensar desde otro punto de partida. Sin lugar a dudas me sorprendería, concluí. En primer lugar, por el nombre del candidato, quien hasta ese momento se escapaba de todo sondeo especulativo del sentido común y de los analistas políticos. Un candidato que no había tenido mayor exposición mediática en los últimos 4 años, que no había sido candidato a ningún cargo hasta el momento, y que incluso, había roto con la fuerza política a la cual pertenecían esas miles de personas que cantaban su nombre en las inmediaciones del Bunker.


Esto, sin duda da cuenta de la complejidad de la maquinaria que puede manufacturar en tiempo récord, no solo un candidato elegido por el 48% de los argentinos, sino que logra ser ovacionado por una militancia muy celosa de sus banderas y de su interpretación del peronismo. Alberto, para les pibes de Dorrego y Corrientes, era la encarnación de aquel “Néstor no se murio, Nestor no se murió, Néstor vive en el pueblo la puta madre que los parió”, satisfaciendo aquel sudor militante que se gestaba en un fuego lento entre saltos y gritos verborrágicos, choris y birras heladas. En cambio, para el 48% del electorado, Alberto Fernández era la esperanza que expresaba lo mejor de las políticas inclusivas de los gobiernos kirchneristas, pero sin tener que escuchar a la “yegua” en una cadena nacional. Ahora ella acompañaba al caballo ganador, descolocando a la opinión pública con una obra maestra de la política que fue “Sinceramente” estupenda .


Esto produjo una dicotomización de la figura del candidato, producto de la industria electoral nacional. En otras palabras, un candidato made in Argentina. En este correlato, Alberto para la militancia, y Alberto Fernández para el electorado, fue ese significante vacío en donde poder llenar con plena libertad aquellas demandas democráticas individualizadas en cada sujeto, pero transformadas en colectivas al ser recogidas en cada discurso. Esta es la maquinaria de ingeniería peronista, nacional y popular, que de manera pulcra y cronometrada, se ha dispuesto a fabricar estos dos alter ego, que pueden contener la totalidad de la complejidad histórica de satisfacer a ambos actores políticos. Les pibes para la liberación y doña Rosa.


Pero estos dos Albertos no son el resultado de un Frankenstein de laboratorio diseñado para una cosa o para la otra, sino que es el producto de una coyuntura histórica y única, en donde un gobierno neoliberal pierde legitimidad al verse empantanado en una crisis económica en la cual sus ruedas técnicas e ideológicas no le permitieron traccionar. Además, una militancia que quiso cumplir su promesa de “vamos a volver” y un electorado que construyó una nueva fe en un candidato nuevo sin manchas corruptibles, presentándoles, por el momento discursivamente, un proyecto de país que los contiene como ciudadanos con acceso a derechos. Este tipo de producto político, solo puede ser contenido legítimamente por un gobierno nacional y popular, o como dijo él al subir al escenario, un gobierno para todos.


Vuelvo al domingo, siento las piernas cansadas de estar parado durante horas mientras camino alejándome del Búnker que sigue de fiesta. De lejos el cantito “presideeeeente, Alberto presideeeente, Alberto presideeeente, Alberto presideeeeeeente” sigue circulando por los oídos de aquellos que portan esperanzas de heladeras llenas y aquellos dedos en V.



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